Echoes
Justo ayer en reflexiones vespertinas con Sebastián hablábamos de la música, de cómo el tiempo, el crecer y la cotidianidad sacan de nuestro espectro musical a canciones, rolonas que en algún momento sentímos fundamentales en la vida, canciones en las que se dejaba el alma, el corazón y las pesadillas, música a la que es preciso volver, o más bien que vuelve a nos sin pedir permiso, sin preguntarnos si estamos listos para revisar esa parte de la vida que creímos cerrada, parte del pasado, y zaz! como si ayer tuviéramos 15 o 19 años, el cerebro deja escapar letras de las canciones, el corazón late de nuevo al ritmo del rock n´roll, sensaciones pasadas invaden la sangre y paf! uno vuelve a ser música, a caminar sobre ella, del cabello se desperenden las notas recien despertadas luego de años de silencio, y casi casi uno puede sentir, incluso ver, a los antiguos compañeros, los conciertos, la gente saltando, gritando, viviendo.
Echoes de Pink Floyd es una de esas que me devuelven a la esencia de la adolescencia, una puerta que no da miedo que se abra de cuando en vez, que me recuerda noches de carcajadas, juegos de risk, churrascos, cuates que creía permanecerían para siempre, días de lluvia luego de la muerte de mi madre, algún novio que no volví a ver, al Shanon el perro rubio y neurótico que me acompañó por años, el paso del cole a la u, etc., etc....
Echoes de Pink Floyd es una de esas que me devuelven a la esencia de la adolescencia, una puerta que no da miedo que se abra de cuando en vez, que me recuerda noches de carcajadas, juegos de risk, churrascos, cuates que creía permanecerían para siempre, días de lluvia luego de la muerte de mi madre, algún novio que no volví a ver, al Shanon el perro rubio y neurótico que me acompañó por años, el paso del cole a la u, etc., etc....
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