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Mostrando entradas de febrero, 2006

Las buenas costumbres

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Mamá hablaba de mi hombre ideal. De cómo habría de cuidar de mí; de las cosas dulces que al oído me iba a decir. De las noches de luna tomados de la mano, de los presentes, de los helados. Mamá decía que podía encontrarlo iba en el supermercado, en el cine, en el banco, en la calle, en un Rolls Royce; que sería un hombre alto, guapo, con ojos azules o verdes, de dientes blancos, de pecho ancho, de largas manos, de pies delgados; sensible, romántico; con futuro, quizás ingeniero, médico o pastor. Mamá decía que a los veinticinco debía tener: dos años de casada, mucama, al menos un hijo, un perro, una buena vajilla y no pagar alquiler. Mamá decía que de nada me serviría estudiar, que dejara la medicina sin dejar de ir a la facultad, que seguro allí al hombre ideal iba a encontrar, pero que seis años de estudio, la maestría y el trabajo no me iban a ayudar. Conocí a Manuel que me tomaba la mano, a Andrés en un banco, a Mario en el cine, a Augusto en el supermercado, a Miguel en un Rolls R