La ciudad caos (Discurso pronunciado en la inauguración de la XLVI Feria Municipal del libro)

Crecí aquí, en esta ciudad. De ella vienen mis historias.

En este parque, que en algún momento estaba lleno de árboles, de flores, de bancas y de recovecos, aprendí a patinar, pasé tardes maravillosas con mi madre y mi hermano dando de comer a los pájaros, corriendo tras de ellos para verlos volar, comprando estampitas para los álbumes de fut y de caricaturas, comiendo helados de crema y churros con azúcar con mi tío, escuchando las campanas de las iglesias cercanas, visitando a la Guadalupana con mis tías, buscando con mi hermano, mis primas y mi primo a los seres mágicos de las leyendas que aún recorren estas calles. Pero también me acompañan los recuerdos de las mujeres que se sentaban en las gradas del portal y de la catedral mostrando quemaduras y golpes en las piernas, en el cuerpo; los mendigos secadiablo, los trabajadores que pasaban presurosos sin tener tiempo de detenerse a ver las flores. Recuerdo a los niños pidiendo dinero o trabajando solos, mientras mi hermano y yo jugábamos con mamá, paseábamos con mi tía y mi abuela.

Fue en este parque, en la catedral, en el portal del comercio, en las calles de la ciudad que aprendí a ver, a observar, a llenarme de las imágenes que me daba y me sigue dando. En estas calles he visto muestras de ternura, de solidaridad, de compasión. He visto amores empezar o concretarse, familias pasear sonrientes, tomarse una foto los domingos frente al palacio, a la iglesia, a la fuente para llevarse un pedazo de patria, para que esta les pertenezca aunque sea así, como una imagen, como un recuerdo. También he visto cintas de la policía que indican la presencia de la muerte, he visto fotos de mujeres y niñas desaparecidas, he sentido pasar a mi lado a los que corren tras un ladrón, he visto a hombres pelear con hombres, con mujeres, consigo mismos. Esta ciudad caos me ha enseñado la esencia multidimensional de lo humano.

En esta ciudad, mi ciudad, también he aprendido de la rebeldía, de la posibilidad de soñar con otras realidades. Recuerdo las manifestaciones de los ochenta, las columnas de personas caminando, el sonido de las ollas y sartenes por la tarde como un grito de ayuda para encontrar a los desaparecidos. Pero también acá aprendí de la represión. Mi abuela y mi madre, al caminar por las calles, tomaban más fuerte nuestras manos cuando encontrábamos un pelotón de militares, cuando pasaba una panel blanca o una patrulla despacio, despacito, observando. Siguen en mí, el recuerdo de mi tía y mi abuela esperando nerviosas en el balcón en los días de toque de queda cuando mamá no llegaba temprano y recuerdo el sonido de sus tacones presurosos que corrían por las calles solitarias para llegar a tiempo a casa, para resguardarse, para seguir viviendo. Recuerdo las bombas lacrimógenas y las servilletas empapadas en vinagre que mi abuela nos daba. Recuerdo esto y pienso en el ahora, en esta plaza llena hace un par de años, hace un par de semanas, reclamando por una sociedad más justa, por el cese de la corrupción que nos llena de violencia, que pretende hundirnos en el silencio.
De esta ciudad se alimentan mis historias, del extraño y caótico encuentro entre la violencia y la dulzura, entre la risa y las lágrimas, entre la pobreza, las injusticias, la rebeldía y los sueños. De esta ciudad se desprenden también mis ganas de evadirme, de perderme en la literatura, en la lectura que nos enseña tanto como la propia vida. En ella, en la literatura, en los cuentos y en las novelas encontré amigos, compañeros de viaje, testigos del mundo a lo largo de los años, de los siglos. Encontré a otros que también han padecido la belleza y la tristeza de ser humano, de darse en la cara con la realidad, de esos pequeños momentos de felicidad plena.

De la lectura vienen mis ganas de contar, de dejar un reflejo de la vida, de mi vida como guatemalteca, citadina, habitante del centro, observadora de su gente, de sus problemas y sus glorias. La escritura permite expiar demonios y tristezas, resaltar alegrías e ilusiones que vienen de la experiencia propia y colectiva. La lectura y la escritura son espacios de libertad, de expresión sin censura.

Han pasado los años y la ciudad sigue siendo la misma, esa donde contrastan el amor y los sueños con el humo de camionetas, el olor a basurero cuando llueve, las ratas que cruzan la plaza por las noches, la gente que camina presurosa para llegar a tiempo al trabajo, para evitar ser asaltada o despedida, las personas que no tienen más opción que pedir dinero, una ayudita por el amor de dios, los niños que obligados por la pobreza a convertirse en hombres y en mujeres trabajando, ganándose el sustento, arriesgándose a la vida. Con esta ciudad de represión y de violencia, convive la ciudad de los sueños, la rebeldía, la que lucha contra sus propias frustraciones, contra su historia, contra los políticos que nos lastiman en lo colectivo, en lo individual. La ciudad caos, fuente de realidad, de sensibilidad, fuente de lucha política, fuente de literatura. 

Es por esto que me siento muy contenta, muy plena al estar aquí. En este día que se inaugura la Feria Municipal del libro, sueño con que los que por acá pasen, los que se detengan en los puestos, los que exploren los libros y se los lleven, encuentren en ellos amigos, historias que les permitan soñar pero sobre todo reflexionar sobre la condición humana, sobre las cosas que nos construyen y nos destruyen en lo individual y en lo colectivo. Agradezco al Consejo Cultural de la Municipalidad por dedicarme esta feria, es un gran honor que algunas de mis historias lleguen a la gente, que parte del impacto que la ciudad y la vida han dejado en mí sea conocido por ustedes que nos acompañan hoy a celebrar la libertad y la capacidad crítica que la literatura y la cultura nos dan. 

Bienvenidos y disfruten explorando. La literatura no muerde solamente nos abre los ojos.


Muchas gracias. 

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