Día del padre....

A vos que también reproducís el machismo, de manera equitativa, junto con las mujeres.

Estoy cansada de escuchar una y otra vez que somos las mujeres quienes reproducimos el machismo. 

Hoy en un taller, una chicas decían, con toda la buen voluntad con la que está empedrada el camino al infierno, que ellas les dicen a las mujeres que son ellas las que reproducen el machismo. Tantas veces he escuchado esto, en mi largo recorrer como feminista, que hoy tuve que parar esa frase, esa idea, tan aceptada por feministas y no feministas y quise -y espero haberlo logrado- llevar la reflexión hacia cómo los hombres educan desde la ausencia. 

Para suerte mía, y lo digo sin pena, mi madre tuvo a bien sacar a mi viejo de la ecuación de la crianza. Luego la vida me daría la oportunidad de conocerlo a él, cuando ella murió, y sin miedo pude constatar que sí, que esa fue la mejor decisión, a pesar de la alta cuenta -emocional, temporal, humana, económica- que mi vieja y mi tía tuvieron que pagar por esa decisión de mi madre. La entendí al conocerlo, pero esa es harina de otro costal. 

A lo que voy es a esa frase, al "las mujeres son las reproductoras del machismo" así, fresco, así, no más, como si los hombres no tuvieran participación alguna en el aparecimiento de niñas y niños en la tierra. Como si ellos, incluso los que se quedan y acompañan, no fueran también entes de socialización y de educación. 

Las mujeres con las que discutía esta tarde, se escudaron en decir que son las mujeres las que le dan a los hombres -padres o hijos- el lugar privilegiado y que es a ellas a quienes hay que educar, que sí, tiene su parte de razón, sin duda. Sin duda muchas siguen pensando que los hombres, sus hijos hombres -o sus acompañantes- son más valiosos que sus hijas y que a partir de ahí se da una reproducción del machismo, pero va, dejemos en paz a las mujeres por un rato y pensemos en los hombres. 

En este mundo hecho para ellos, eso de quedarse o de irse de la paternidad son cosas normales, socialmente aceptadas. Los que se quedan son vistos con alguna deferencia, con esa mirada de piedad que reconoce el esfuerzo que hacen por "mantener" a sus hijos, por darles educación, techo y lo demás. A estos, muchas veces la misma sociedad que los acuchucha, les da el permiso de ser promiscuos, ponedores de cachos, observadores de futbol mientras la vida, la de muchas mujeres, sigue en el trabajo doméstico. No digo -que quede claro- que todos son acomodados, abusivos, violentos, pero sí que muchos de ellos siguen bajo el esquema de que tienen derecho al ocio más que las mujeres porque simple y sencillamente, el espacio privado no es para ellos. 

Pero hablemos de los otros, que son los que más me interesan, los que se van, los que por ahí se acuerdan cada vez que los tragos los atacan, de los hijos que dejaron metidos en la panzas de mujeres que pasaron a ser parte de su bagaje sexual y -de pronto- amoroso. Los que se olvidan, los que creen que el olvido y el abandono son cosa simple, son cosa que pasa y que no están ahí para dar lo fundamental en la vida: amor. 

Si bien los que se quedan, los que crían pueden también ser entes reproductores del machismo, los que se van, lo son más. Lo son porque perpetúan la idea de que embarazar, usar y dejar, está bien. Son esos los que dan a luz a niños y niñas que pensaran que eso es normal, ya sea en su papel de hombres machos o en el papel de mujeres que aceptarán la partida. 

Se reparten tan libremente las culpas que mientras a ellas, a nosotras, se nos culpa de tontas -que creen en el amor, en los hombres-, a ellos se les culpa, casi con piedad, de ser pobres cuerpos llenos de hormonas, llenos de ganas que una sola mujer no puede satisfacer.

En esta dinámica en la que siempre buscamos las culpas, la educación sexual es casi invisible. La gente se rasga las vestiduras cada vez que el tema se plantea y la gente olvida que el darle a los jóvenes la responsabilidad de su propia vida, a través de la información y el diálogo, es probablemente lo que necesitamos para parar esta epidemia de niños abandonados, de mujeres a las que les toca -bien o mal- criar -bien o mal- al montón de chamacas y chamacos que vienen de las relaciones sexuales irresponsables, sin protección. 

El sexo es rico, me dijo mi madre alguna vez, de las pocas veces que tocamos el tema porque ella asumió que yo sabía lo necesario, que era algo rico pero que había que saber a quién se invitaba al propio cuerpo y que la responsabilidad sería mía y de nadie más. Mi tía, algunos años después, me recalcó -supongo que cuando se dio cuenta de que el sexo era parte de mi vida- el asunto de la responsabilidad. Y es que eso de tener chicos no es fácil, no es algo natural per se, como el sexo, sino es algo que requiere ganas, compromiso, reflexión. Lo que pasa es que lo hemos naturalizado. Un simple ejemplo: el día de las madres fui a trabajar y el muchacho del parqueo me felicitó, le dije que no, que no tengo hijos y me preguntó que por qué si dios quería eso para mí, que por eso me había hecho mujer. Sonreí y le dije que a mí dios me quería libre. 

Pero ya, ya me desvié del tema -como casi siempre me sucede- y mejor doy una vuelta y regreso a los padres que se van, que desaparecen y que con eso perpetúan ideas y patrones que nos marcan. La irresponsabilidad extrema que se da en estos casos es sin duda uno de esos moldes mierda que nos atrapan. No solamente se reproduce la idea de que usar y dejar (más si es con encargo "a casette" -diría Mafalda) es algo normal -si no es que algo bueno o natural-, sino que se reproduce la idea de que el amor no es necesario, que a las niñas y a los niños está bien dejarlos así, sin esa otra mitad de la que sin duda se aprende, se reproducen o se cambian ideas. Está bien que las mujeres paran y críen, está bien que ellas solas se ocupen de todo, está bien no ser más que una duda en la noche, una comparación constante que muchas veces se acompaña del cuestionamiento de por qué mi padre no pudo amarme, por qué no me quiso, aunque no quisiera a mi mamá. 

De los amigos que son padres y que hablan de la experiencia de serlo, de estar, quizá lo más valioso es que ellos han crecido y cambiado con la paternidad, que han podido ser el padre que no tuvieron, que han podido echar por los suelos muchas ideas sobre ser hombre o mujer, al ver con estos ojos líquidos y posmodernos, a los seres que se van forjando frente a su mirada, no bajo ella, de su mano, no bajo su puño. 

La paternidad olvidada es uno de los grandes males de la sociedad, de esta, de todas en las que se produce este fenómeno. Así, la educación sexual se da más que nada entre pares o a través del internet y mucho podemos dudar de qué tan educación sea, de qué tanto contribuya a formar gente, no a simplemente darles ideas que luego chocan con la realidad y que les hacen huir, en medio de una sociedad que normaliza el abandono, que no lo habla, que culpa a las mujeres de "abrir las piernas", de dejarse llevar por el pecado, por la carne, por el deseo, por el disfrute y el placer que a veces se encuentra a través del sexo. 

Esta misma sociedad que permite por omisión de sanción el abandono de los niños, su producción sin formación, sin acompañamiento, es la que luego con toda la frescura del mundo culpa a las mujeres que -en medio del trabajo dentro y fuera de la casa- no tienen tiempo para formarse, para reflexionar sobre el impacto que su lucha diaria por ser madres, por mantener a esos niños que vienen de relaciones humanas fallidas, tendrá sobre estos chicuelos. 

Los cementerios son uno de mis lugares favoritos. Para el día de la madre, las flores adornan muchas, muchísimas tumbas, es uno de esos días en los que ir al Cementerio general es seguro, mientras que para el día del padre, son muchas menos las tumbas que se adoran. ¿Qué nos dice eso de nosotros como sociedad? ¿Cuántos hombres enterrados habrán sido padres huidizos? 


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