Cinco días light: día 4

Me enfermé. Me sentí mal todo el día a pesar de que hice la misma rutina de los días anteriores. Mi cabeza andaba volada y sí, puse de nuevo el programa de chismes y la radio, pero no, no pude cantar y no, no fue por sesudas cavilaciones, más bien por un estado de suspensión con la imagen de lo de ayer, fija, muy fija y el miedo. 

Día 4: 10 de marzo 2016

No, no podría decir, al menos no por la mañana, qué canciones escuché en la radio, ni cuál de los caminos seguí para llegar al chance y esas cosas. Me tocó, por suerte, un día de oficina, metida toda la mañana hablando de un proyecto y luego de otro. Así todo el día, todo el día viendo como si estuviera ¿dentro o fuera? de una pecera, pasar a la gente que corre apresurada de un lado a otro de la oficina. 

Algo me cayó mal, asumo, del almuerzo. Vomité un par de veces, discretamente porque eso de hacer el espectáculo público cuando el cuerpo rechaza la comida, nop, no me gusta. Dormí poco, así que mi cuerpo no andaba en las óptimas. Tuve que suspender un par de cosas que tenía en la tarde y vaya, dormir. La promesa del sueño fue quizá lo que me permitió volver a casa medio cantando, creo que una de Vilma Palma que me late que están de moda de nuevo. En el camino, cuando ya venía pensando en la almohada, se me disparó el pensamiento light frente a una tienda de disfraces feos, muy feos. Con el tráfico me quedé varada frente al lugar un buen par de semáforos y pude ver a una mamá amarrando una corbatona de mariachi en el cuello de un niño que no parecía ni satisfecho ni infeliz por tener que disfrazarse. Me pregunto para el acto de qué le habrán pedido que se visitiera así, si estamos tan lejos del día de Guadalupe. Otros disfraces, uno de superhéroe y uno de romano con esponja en los pectorales me sacaron una sonrisa y me fijé en las puntadotas en los ruedos de los vestidos principescos a lo Blanca Nieves y lo Cenicienta y me acordé del vestuario de una adaptación de la Casa de Bernarda Alba que vi hace un par de años y la que las telas de los vestidos de las actrices y las puntadotas en los ruedos, me impidieron fijarme más en las actuaciones. Triste la realidad de casi todas las obras de teatro que he visto en los últimos años, que recurren a estas tiendas de disfraces y a las pacas para conseguir trapos que más o menos -más menos que más- ayuden a la caracterización de los personajes. 

El tráfico avanzó hasta la esquina donde también hay una venta/alquiler de disfraces y ahí vi los que rentan para esta época, supongo que a gente a la que le toca salir en vía crusis y ese tipo de representaciones. Por un momento pensé que quizá el niño del traje del mariachi era parte de algún espectáculo así, pero luego recordé que no, no es navidad tampoco como para que, en todo caso, un mariachito pueda reemplazar quizá a un pastor en la pastorela. Me reí, me reí a carcajadas -quizá necesitaba reírme de la idea del dios que sacamos a pasear en esta época, ya crecido y sacrificado- pensando en la incorporación de un mariachi al vía crusis, atrás de poncio pilatos o tocándole las golondrinas -o ya de paso México lindo y querido- a Chisus en la cruz. No sé, la risa me dio un poco de alivio. 

Me siguen dando vuelta en la cabeza las imágenes de ayer, así que me voy, a ver tele, algún programa light de cambio de imagen o de perritos cachorros que hacen cosas que nos enternecen. 

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