Cinco días light: día 3
La mañana estuvo de nuevo llena de noticias de famosos y de canciones en el auto. Todo pintaba bien, incluso el llegar a la ofi y ponerme a revisar metodologías de marketing aplicadas al cambio social, que sí, no es tan light pero se trata al final de cuentas de "vender" ideas, mensajes. Nada durante el día, me preparaba para la tarde.
Día 3: 9 de marzo 2016
Luego de la pequeña reunión sobre líneas de acción para transmitir mensajes de cambio social, la cosa pintaba bien. Un taller por la tarde con mujeres de una comunidad vulnerable de la ciudad sobre el día de las mujeres, hablar de roles de género, esas cosas que nos encantan a las feministas. Iba yo armada con papelógrafos y una metodología que según yo sería un éxito. Habíamos almorzado en una cabañita que está al cruzar la calle, una cabañita inclinada de la que me pregunté qué diría CONRED de evaluar el riesgo de la misma y en sobre la que pensé que en época de lluvia, quizá no me animaría a comer ahí por el riesgo de un deslave. Comida rica, a buen precio y burócratas de corbatas y blusas brillantes, metidos en su corre corre de tengo que almorzar para volver a la ofi a seguir con la chamba y el brillo en los ojos de los comensales solitarios que, como yo en algunos días, sueñan con que esa hora, ese tiempito para ellos en medio de la jornada laboral, se haga eterna para poder pensar -o no pensar en nada-.
Volvimos y quedaba media hora antes de partir, comencé a revisar un proyecto y a hacerle preguntas al compa que me lo envió sobre cosillas técnicas. A las 2 en punto, estábamos frente al eterno elevador para bajar al sótano y salir a empoderar mujeres. Diablos, empoderar mujeres suena tan fácil, llegar y hablar sobre derechos, sobre luchas, sobre el ser.
Tomamos el camino de siempre, íbamos riendo y hablando sobre cosas mundanas, light un poco, pensando en la refa -unos panes con pollo es-pec-ta-cu-la-res- y en pasar a buscar a las compañeras. Fuimos por una de ellas a donde nos reunimos casi siempre -y donde, de manera extraña, hay una sensación de paz y tranquilidad- y la reunión de hoy era a unas calles de ahí, unas dos o tres, no sabría decir bien cuántas por este desorden urbano en esas áreas. Nos habían prestado un salón dentro de una parroquia, así que todo pintaba bien, en todo caso, tranquilo.
El auto enfila hacia la parroquia y frente a nosotros un grupo de muchachos, de muchachos de pandilla. Un silencio se apoderó de todos los que íbamos dentro. El silencio del peligro, el silencio de esas ganas de salir corriendo pero de no poder, de no deber. Por supuesto las cosas se alborotaron alrededor del auto. El chófer de la ofi me vio con unos ojos que no olvidaré y me preguntó a qué hora volvía por mí. Le dije y nos bajamos, sonreí con unas de las chicas -porque también había mujeres entre el grupo- y les dije buenas tardes. Sonrieron y respondieron. Adentro se celebraba una misa de muertos. Dos días antes habían matado a dos de estos muchachos, ignoro en qué circunstancias y por qué razones. Adentro, se escuchaba el rumor de la voz del cura y del platicar de los hombres y mujeres que estaban esperando fuera de la iglesia a que saliera el cortejo hacia el cementerio. Tuve miedo, mucho, pero me dejé llevar por Mónica, mi compañera de trabajo, y su temple de paz, su energía blanca que me dio eso, un poco de paz al centro de mi miedo.
Subimos hasta el tercer nivel, lugar donde estaba el salón que ocuparíamos y que estaba cerrado. Esperamos frente a la puerta, en el corredor. La vista hacia abajo: la salida de la iglesia. Llegaron los de la refa, seguro acostumbrados al ambiente. Nosotras hablábamos de otras cosas, de cosas del taller, de la vida, para evadir -quizá- el miedo. Por dentro rezaba, sí, porque, aunque muchos no lo sepan, creo en una fuerza universal que de alguna manera a veces me da protección, seguridad en que la vida aún no se me acaba, que no me escapo de ella.
Luego de unos minutos, quizá diez, quizá más, comenzó a salir un poco de gente de la iglesia. La escena fue... fue... fue muchas cosas. Luego del primer grupito de personas, salieron los ataúdes, cargados por muchachos, por muchachitos de la misma edad, quizá más jóvenes algunos que mis estudiantes. Las energías que fluían por el ambiente eran fuertes, muy fuertes. Tristeza, rabia, ira, fuerza, subían por el aire y se metían en mis pies, en mi cuerpo, en mi conciencia. No pude parar las lágrimas, no pude, gente, no pude. Pensar en esos chicos, que son eso, chicos, que por mil circunstancias de las que de alguna manera todos somos responsables, se ven en la situación de enterrar a los suyos a edades tan jóvenes, por razones tan violentas. Pensar en esos chicos y pensar en mis chicos de la U, pensar en la mierda, sí mierda de país que hemos permitido que la indiferencia construya. Pensé en estos muchachos, llevando a cuestas quizá su propio destino, Pensé en mis niños, porque de alguna manera todos los estudiantes son un poco de uno, en que al final de cuentas ellos se desarrollarán en un país en el que sus coetáneos no tienen oportunidades y que esa realidad, el que los demás no puedan desarrollarse, les afectará, tarde o temprano, como nos afecta ya.
Tras los cajones blancos iban estas mujeres, mujeres llorando y pensé en la Magdalena, en María como se ven en las licas de semana santa, acompañando a sus muertos, a sus vivos que quizá pronto sigan ese mismo camino. Y no, no digo que estos chicos sean santos, pero seguro sus caminos han estado minados de falta de recursos, de oportunidades y ha sido eso más que una propensión al mal, más que los ejemplos de violencia de la tele, lo que los ha llevado a buscarse en estos grupos. Mientras miraba el grupo partir, sólo podía pensar en los cuerpos dentro de los ataúdes y les hablé, les hablé como les hablo a mis muertos, para decirles que reencarnen en seres de luz, en otros cuerpos, en otras energías, quizá en otras latitudes.
Supe que tenía que cambiar el taller, que no podía en esas circunstancias hacerlas pensar en los roles y en la violencia que hay en los mismos. Que quizá y aunque lleve más tiempo, el camino debe ser distinto, un poco más de encontrarse en ellas, un poco más de hacerlas ver hacia un futuro que si se construye entre todos, quizá sea mejor. Quizá.
Hablamos de la historia de las mujeres, de los trabajos dentro y fuera de casa, del valor que hay en esos trabajos y de encontrar un momento, en medio de la rutina, para pensar en ellas. Debo ahora pensar en ellas, en la estrategia de trabajo para la semana próxima, para ir introduciendo los derechos de a poco, sin generar confrontaciones en una sociedad que, como ya sabemos, está llena de violencias y en donde el Estado no, no responde, simplemente no responde, no se da abasto para responder, no sabe cómo responder. ¿Cómo trabajar con ellas sin ponerlas en riesgo?
No, no fue un día light. No puede ser un día light, aunque intentaré seguir con mi autoexperimento, no puede porque no es un país light, es sólo un país violento con distracciones y algunos pequeños espacios light.
Comentarios
Pero también pensé: ante la vida de esos chavos y chavas, uno no necesita intentar ser light: en comparación, nuestras vidas de oficina ya lo son...
Y se me ocurrió después pensar en la necesidad de problematizar el concepto de "light", de recordar que, como todo concepto, funciona relacionalmente.
¡Gracias por compartir!
FR