Ellos tan caribe, nosotros tan... tan nosotros

Sin duda, entre las cosas que más hablan de un pueblo son su música y, por lo tanto, su relación con el cuerpo. Un pueblo que se cubre, que no se toca, que no se seduce será uno en el que la represión lleve a una mayor doble moral, a que las cosas, especialmente el sexo, sean un tabú, algo de lo que nos avergonzamos. 

La semana pasada estuve en Panamá, en la Feria Internacional del Libro, y la última noche hubo una presentación del ballet de ese país y del Ballet folclórico del nuestro. Las diferencias fueron abismales, vean no más las fotos. Y no, no hablo de calidad, hablo del baile, de la forma de comunicarse con el cuerpo, con los otros.... Acá las de Panamá:










Movimiento y sabrosura, cuerpos, piernas, sonrisas, giros y desplazamientos extensos por el escenario, seducción, aquello de que me pego a vos y te cargo, realmente una onda muy sensual, muy linda, muy liberadora. Además, vale decir que los cuerpos eran hermosos, unas piernas, unas nalgas, unos tórax para grabarlos en la memoria por mucho tiempo. 

Es cierto que se trataba de ballets distintos, el de allá era el ballet clásico, el que el de acá era el folclórico, que es muy bueno pero que nos presentó una escena bastante triste pero muy, muy real. Vean: 






¿Ven? Puro cuerpo cubierto, pura iglesia, pura reverencia, pura relación de lejitos. Lo más cerca que llegaron en el cantineo fue a tocarse la punta de los pies. ¡De los pies! Y bueno, todo esto sucedía bajo la venia del santísimo -diría el Buki- porque como parte de la escenografía había, al fondo, una imagen del cristo. La actuación del Ballet folclórico fue sobria, eso sí, son buenos los chatos pero lo más animado y movido fueron una estampa del Popol Wuj y un baile de moros. Vean: 








Aunque los bailes eran hermosos, toda la alegría, la percusión, los saltos, los desplazamientos por el escenario grandes, la desnudez parcial del hombre acabaron con la llegada de los conquistadores. Y de nuevo el silencio, la música triste, la reverencia. 

Somos, sin duda, los guatemaltecos, un pueblo triste, uno que para tener relaciones actúa a escondidas y luego pide perdón o no pide nada y se fuga, desparece. Recuerdo un informe de encuesta de juventud en el que por ahí del 50% de las mujeres reportaban ser madres solteras, contra un porcentaje muy chico de los hombres que reportaban -dejen ser padres solteros- ser padres. Así solamente.

Otra cosa que fue icónica fue una estampa de una pareja que va a la iglesia junta, van borrachos, cada uno con su chichita de trago, sólo ahí hubo risas más allá de la sonrisa. Triste, ¿no? De eso no tengo foto porque la cámara se estaba quedando sin batería, pero sin duda es muy representativo de acá, la risa, la alegría llegan con el licor. 

En este país de música triste, melancólica, la tasa de natalidad ronda por el 3.8 hijos por mujer, en Panamá, anda por ahí del 2.4, sin duda habrá muchos otros factores que intervengan en esta enorme diferencia -casi niño y medio- pero esa cuesitón básica, de tener una relación más libre con el cuerpo -el propio y el ajeno-, de tener esa conciencia, será uno de los que determinan cómo y cuánto nos reproducimos. 



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