Catorce
A esta hora seguramente estaba ya sobre la losa. Esperando a ser abierta, estudiada, diagnosticada la causa de su muerte. Su piel tendría la misma consistencia que los oasis para arreglos florales que comenzaban a llegar a la funeraria. Las pupilas dilatadas bajo párpados rígidos, los labios secos de muerte simulando una sonrisa. Personas hurgarían en su ropa seleccionando el traje blanco y negro que quizá aún sobreviva bajo la tierra. A miles de kilómetros eran las cinco de la mañana y en el tocadiscos sonaba compulsivamente Bird of prey de los Doors.
No volví a verla, ni toqué su cabello, no pude darle un beso en la frente y esperar la madrugada para abrir la caja y poner en sus manos o bajo su lengua, las monedas para Caronte. Dejaron de existir sus ojos brillantes, su voz de jazz que inundaba los pasillos y los cuartos de la casa, los tacones que anunciaban su cercanía desde la esquina. Dejó de perseguirme su sonrisa maliciosa que esperaba una señal de aburrimiento para convertirse en comentario escandaloso y dejarme pensando por días. Sólo quedaban sus libros, la sensación de sus dedos sobre las hojas, sus pinceles secos sobre una esquina, cuadros a medio terminar, zapatos rojos a la orilla de la cama. Ella no existía más, su energía se había dispersado y una parte de ésta atravesaba el atlántico para clavarse justo en el centro de mis pupilas, para observarme cada vez que las sombras, el delineador y la máscara de pestañas, adornaran mi rostro.
Murió hace catorce años y nada aleja la sensación de soledad y de vacío que a veces me ahoga de madrugada. No dejan de pasar las ganas de hablarle, de verla, de sentir su aroma cerca, de escuchar su canto en el patio mientras recolecta legumbres salvajes. Inicia un año más sin ella, sin que una voz responda mi ¿mama qué hace?
Comentarios
Te quiero mucho.
Yo también te quiero mucho Lore. ;)
Soñé con vos un día de estos quizá porque estoy releyendo Las flores.