Julius
Acabo de terminar Un Mundo para Julius de Alfredo Bryce Echenique. Empecé a leerlo hace casi dos meses y poco a poco me fui enamorando del libro. Conforme las páginas pasaban y me acercaba a la 426 de la edición que compré en 20 pesos fuera de la Biblioteca nacional, la angustia iba creciendo. No quería, no quería por nada del mundo terminar de leer. Alargué la lectura todo lo que pude hasta esta noche. Lloré desconsoladamente en un bus hace unos días por la muerte de Arminda, por sus gotas de sudor sobre la camisa de Juan Lucas. Quiero leerlo de nuevo, volverme a meter en ese mundo para Julius, volver a verlo caminar por mi habitación, con sus orejotas y los zapatos que imaginé para él. Quiero compartir de nuevo su asco por el pan y el té en la casucha, escuchar de nuevo a la nieta de Beethoven corregir los ejercicios de piano, ver los chales sobre la silla, llorar por su recital fantasma. Quiero volver a intentar detestar a Susan y no poder más que maravillarme con su darling y el mechón de cabello que cae sobre su cara. Maravilloso, hermoso, capaz de ser materializado en una esquina de la habitación, aún estoy sin palabras, sin poder hablar, en silencio.
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