Elevador
Cuando entré al elevador estaban una chava, un chavo y un viejito. Ella vestida de negro, y él le decía que fueran a almorzar. Ella dijo que no podía, que tenía que ir a un funeral, y él preguntó qué había pasado, me levanté en la noche y fui a verlo, le puse la lámpara del celular y nada, ya había muerto, me dijeron ellas, que me las encontré en la cocina. El viejito y yo volteamos a ver. Fue un derrame, dijo ella. Es que ya estaba mal, ya estaba grande, dijo él.
De los ojos del viejito se escapó el miedo e inundó el elevador. Pude sentir el espacio negro, vacío, frío al centro de su estómago. Me vio por un segundo y estaba a punto de llorar.
La muerte da miedo en cualquiera de sus formas. La de todos los días, la del chavito que murió por una bala perdida la semana pasada, la del esposo de la vecina que murió ayer por la mañana. La que va a guardarse en una de esas pequeñas cajas que exponen cerca del cementerio, la que se esconde entre los cigarrillos. Está allí para dar miedo. A veces para hacer pensar como con la ola de violencia alrededor del planeta. A veces está para entretener a la gente, como cuando matan a un chofer y las personas pasan despacio, despacio, se toma el tiempo, espera a la policía, espera, llama a sus hijos, les cuenta, llama al trabajo y llega tarde, para ver al muerto; mira y piensa, qué bueno que no soy yo. No pasa de allí. La mayoría de veces no se piensa en la muerte propia, se evade. Se evade, luego del rato de diversión o morbo que puede causar la muerte ajena, la muerte en general. Se evade pensando que hay alguien que cuida de uno. Solamente cuenta, solamente vale la muerte ficción, Jack y las camisetas negras, los muertos de la tele, que al menos no son los nuestros Valen las armas deportivas, el desalojo de terrenos. Vale el nombre de dios y de la democracia, el triste diálogo de las armas por las noches, lejos de casa, a unas cuadras, pero lejos, en casa del vecino, pero un poco lejos. Vale el culto a la vida, el impulso del consumismo en época de crisis. Sólo vale olvidar que estamos vivos.
Pero ella está allí, llevándose los cuerpos, robando las lágrimas y las noches de sueño, esperando el impulso de una bala. Ella está allí y todos los días morimos.
Comentarios
Todos los días rodeados de la muerte, me pregunto si en verdad pudiéramos verla imaginando que es un esqueleto con una guadaña la saludaríamos o esperariamos hasta el momento en que venga por nuestros alientos?.
Le pusiste letras al miedo del señor del elevador.
Un abrazo grande Denise!