Las cosquillas de la libertad
Una de mis escritoras favoritas es Anne Rice, desde hace más de diez años he leído lo que había escrito y lo que ha ido escribiendo desde ese momento. Con excepción de dos libros tengo la colección de sus escritos, incluso los eróticos escritos como Anne Roquelaure y a pesar de que tengo una marcada inclinación por sus relatos de vampiros, he de decir que no hay uno sólo de sus libros que me parezca malo. Hace algunos meses, Rice sacó el primer libro de la trilogía sobre Jesucristo: El mesías, el niño judío, el cual estaba en esta librería a un precio que realmente me parecía exorbitante. A pesar de ser fan y de llevar meses esperando la salida del libro, intenté, en vano, conseguirlo por otras vías: mi hermano o mi tía que viven en países en los que los libros no pagan impuestos –o en todo caso no pagan tanto-. Pero nada, nunca lo tuve y había dejado de verlo en la librería. Hoy estaba allí, recostadito, esperándome y yo con Sloterdijk entre la bolsa. Tremendo. Llovía y tronaba. Decidí cambiarlo. Expliqué brevemente el deseo de devolver éste y cambiarlo por éste y por el regalo para Vanessa, a quien me hace feliz regalarle algo que le gusta. Pagué, pregunté por otro libro y en lo que Rolando lo buscaba, se fue la luz y decidí salir y pedir un vaso de agua. Afuera de la librería en penumbras, el sol alumbraba y allí estaba la mesa de siempre, esperando. Había comenzado a leer el libro desde que lo tomé decidida a llevármelo. Maravilloso. Al rato comenzó a llegar la buena compañía: Vanessa, Lorena y Javier, para lo que se ha vuelto una cita casi establecida de una vez por semana. La plática siempre es buena, ácida y divertida, y coincidió con una lectura de poesía de Luis Alejos y Julio Serrano. A mitad de la presentación, zaz que entra tremendo, pero tremendo bicho, hermoso, uyyyyy, de esos que revuelven las hormonas y hacen que una pierda concentración en todo lo que circunda. Entró en la librería y luego, cuando casi se iba, notó la reacción que había causado en la mesa, volvió, con una sonrisa maravillosa, y se sentó en un lugar suficientemente estratégico para poder ser admirado, lo cual era imposible dejar de hacer. Imposible. Se fumó un cigarrillo, pidió una copa de vino y coqueteó descaradamente con la mesa y cada vez que sonreía, guauuuuu, las hormonas, el aroma a mujer, a hombre inundaban el lugar. Creo que volveré este viernes por la tarde.
Comentarios
Rica la tarde. Platicaca, fumada, chambreada... y vista. Porque hay que ver que estaba bonito el joven.
Ya voy a leer a Ann Rice, vos me la tenés más que afamada.
Parece que hoy vamos a Sophos todas. Lorena a celebrar con su hermana su cumpleaños. Yo porque ando huyendo y vos, a ver si está el "chico vino blanco". Y por cierto me duele la cabeza del vinito de ayer.
Salutti