Divagaciones sobre la soledad (no estoy para pensamiento estructurado)
Hace unos meses se me acusó de ser del tipo de personas que no puede estar sola. Quizá vino de que haya dicho que mi elección de soledad no había sido tal y que había, a la larga, llegado a amar ese estado y a aprender que desde la concepción uno comienza a formarse y crecer, hasta el momento de la muerte, en soledad. Quizá vino de su temor de estar sólo, de encontrarse con sí mismo… pero sea como sea, me llevó a la necesaria introspección para saber si, en negación, no aceptaba que había cierta cuota de verdad en el comentario.
Mi soledad, más bien mi soledad socializada, inició en el colegio al que entré a los tres años. Siempre he sido tímida a pesar de que tengo una cara de piedra a lo Buster Keaton -como dice Rafa- que a veces intimida a los demás. Sería mentir decir que recuerdo qué me llevó a ser así paso por paso, sólo sé que al pensar en los primeros días en el colegio me invade una sensación de miedo y de incertidumbre. Hasta ese momento el único niño con el que había tenido contacto constante era mi hermano, quizá algunas veces mis primas, pero mi mamá no era muy dada a la socialización materna, con lo que imagino, ver tanto chamaco me ha de haber sorprendido y dado pánico.
Janine, mi primera maestra, me contó hace unos años que no hablaba con nadie y que comencé a hablarle luego de que ella llevara unos perritos. Luego los recuerdos que tengo es de niños y niñas (para no dejar a nadie fuera) que me molestaban precisamente por no hablar. Así que el mito y la costumbre de estar sola iniciaron desde entonces, así como la construcción de esta coraza de “don´t mess with me” aunque jamás le pegué a nadie. Luego, las ganas de molestar – por no decir de chin…- de los demás, seguro era un blanco fácil, me llevaron a la biblioteca desde muy chica, cosa que agradezco tremendamente, y allí me recluí hasta mi salida del cascaron que fue… 14 años después.
1980
A pesar de salir del cascarón y de toda la libertad que supone vivir sola desde los 18 años, siempre he mantenido mi relación con la soledad "en solitario", para ser exacta, llegando a preocupar incluso a mis amigos que por momentos han pensado que puedo (sic trágico) “enmohecer entre estas paredes”. Creo que uno, al final de cuentas, nace solo y decide -o no- aceptar esta condición, y cuando lo hace llega a saber que los amigos, los amantes y los novios, no son más que personas con las que uno decide compartir la soledad, es decir: lo que somos, lo que pensamos, lo que soñamos, la esencia en cubitos por decirlo de una manera.
La soledad y yo leemos, escribimos, pensamos.
En la soledad pienso, siempre he pensado en imágenes, no con palabras…sé que hay otros a quienes les ocurre lo mismo y otros que piensan en esquemas todo el tiempo, o con palabras. Y digo en soledad en el más amplio sentido del término, incluso en la soledad en un auto como copiloto, mientras el otro habla y sólo pienso ¿quién pone las flores en las cruces del camino?
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