Arnoldo Ramírez Amaya o el pájaro sobreviviente
Esta tarde, en uno de los paseos por el centro con Vanessa, en un cruce de calle lo ví.
Hermoso, no exactamente él como materia, si no la luz que desprende: una bella irridicencia de libertad, de un hombre que ha vivido como ha querido, que hace lo que ama y que seguramente sin ello moriría. Hermoso, aún no puedo dejar de pensar el él, en Arnoldo Ramírez Amaya, el pájaro sobreviviente.
De él conservo un leve recuerdo de niña un tanto confuso, como el recuerdo de un sueño al borde de la lucidez. Arnoldo Ramírez Amaya era amigo de mi mamá, recuerdo haberlo visto algunas veces, con el pelo alborotado y un pequeño bigote. Creo que él me habrá impactado, porque ahora que lo pienso y que veo los dibujos que están en la página de literatura guatemalteca, me doy cuenta de que he tenido un par de novios muy parecidos a él. No sé, al final de cuentas la psique es bien, bien rara, y en cuestión de hombres, es la vibra la que dicta.
En la familia hay dos cuadros de él, uno del french poodle gris de mama, hecho de colochos con el nombre del perro: Andrés; y uno que tenía mi abuela en su habitación -y que me daba terror de niña- en el que están dos muñecos de tela, uno sentado y el otro tirado con la leyenda: vos y yo muertos en el cuarto de los juguetes. Hermoso ¿no?
Ahora que lo pienso, porque no he podido dejar de pensar en ello, ese cuadro podría traducir mi atracción hacia la muerte: miedo y frío que se mezclan con belleza, sencillez y libertad... vos y yo muertos en el cuarto de los juguetes... vos y yo muertos, pero allí, en el cuarto de los juguetes, tan libres de estar sentados o tirados en cualquier lugar, tan libres de estar muertos y de seguir vivos...
Arnoldo es un hombre bello en esencia, intento pensar en sus rasgos, en lo que se ha dicho de él, incluso en lo que yo llegué a pensar luego de ver el documental, pero es imposible ver algo feo en él o algo común, no es un hombre común, no tiene una energía común.
Nuestro encuentro fue pequeño, crucé la calle, lo vi venir, y cuando pasó a mi lado, sólo sé que de mí se desprendieron las palabras: "Ramírez Amaya, maestro", él me vió y me dijo,"qué gusto el que me da verte", le dije que él era amigo de mi mamá y que lo recordaba a lo lejos, preguntó "quién es tu mamá", "Anabelle Phé Funchal" y una lágrima se asomó en su mirada, me dijo "ha pasado tanto tiempo desde que murió", "si"- le dije "once años" (mañana 21 sería su cumpleaños) y le conté de los cuadros, me dió una tarjeta y dijo "si podés, quisiera una fotografía de los cuadros, vivo aquí a dos cuadras, podés pasar, allí están mis números", me abrazó y dijo "me has hecho recordar muchas cosas, pasá uno de estos días" y siguió su camino. Claro que lo haré, tomaré esas fotos e iré a buscarlo.
Quiero ser cómo él, es lo único que se me ocurre pensar.
Una entrevista con Ramírez Amaya: Con tinta en la sangre
De él conservo un leve recuerdo de niña un tanto confuso, como el recuerdo de un sueño al borde de la lucidez. Arnoldo Ramírez Amaya era amigo de mi mamá, recuerdo haberlo visto algunas veces, con el pelo alborotado y un pequeño bigote. Creo que él me habrá impactado, porque ahora que lo pienso y que veo los dibujos que están en la página de literatura guatemalteca, me doy cuenta de que he tenido un par de novios muy parecidos a él. No sé, al final de cuentas la psique es bien, bien rara, y en cuestión de hombres, es la vibra la que dicta.
En la familia hay dos cuadros de él, uno del french poodle gris de mama, hecho de colochos con el nombre del perro: Andrés; y uno que tenía mi abuela en su habitación -y que me daba terror de niña- en el que están dos muñecos de tela, uno sentado y el otro tirado con la leyenda: vos y yo muertos en el cuarto de los juguetes. Hermoso ¿no?
Ahora que lo pienso, porque no he podido dejar de pensar en ello, ese cuadro podría traducir mi atracción hacia la muerte: miedo y frío que se mezclan con belleza, sencillez y libertad... vos y yo muertos en el cuarto de los juguetes... vos y yo muertos, pero allí, en el cuarto de los juguetes, tan libres de estar sentados o tirados en cualquier lugar, tan libres de estar muertos y de seguir vivos...
Arnoldo es un hombre bello en esencia, intento pensar en sus rasgos, en lo que se ha dicho de él, incluso en lo que yo llegué a pensar luego de ver el documental, pero es imposible ver algo feo en él o algo común, no es un hombre común, no tiene una energía común.
Nuestro encuentro fue pequeño, crucé la calle, lo vi venir, y cuando pasó a mi lado, sólo sé que de mí se desprendieron las palabras: "Ramírez Amaya, maestro", él me vió y me dijo,"qué gusto el que me da verte", le dije que él era amigo de mi mamá y que lo recordaba a lo lejos, preguntó "quién es tu mamá", "Anabelle Phé Funchal" y una lágrima se asomó en su mirada, me dijo "ha pasado tanto tiempo desde que murió", "si"- le dije "once años" (mañana 21 sería su cumpleaños) y le conté de los cuadros, me dió una tarjeta y dijo "si podés, quisiera una fotografía de los cuadros, vivo aquí a dos cuadras, podés pasar, allí están mis números", me abrazó y dijo "me has hecho recordar muchas cosas, pasá uno de estos días" y siguió su camino. Claro que lo haré, tomaré esas fotos e iré a buscarlo.
Quiero ser cómo él, es lo único que se me ocurre pensar.
Una entrevista con Ramírez Amaya: Con tinta en la sangre
Comentarios
¿Nos puedes enseñar las fotos de los cuadros?
saludos, en plan "agusivo" y pedigüeño.
Aldebarán: Claro que pondré las fotos por acá, este fin de semana lo dedicaré a buscar el del perro, en el baúl de la abuela, el otro sé bien donde está.