Diego


Como todos los días a las tres y media el autobús escolar paró frente a mí. La puerta se abrió, el conductor saludó mecánicamente, la monitora dijo buenas tardes y me puso en brazos al chiquillo. No reconocí su rostro, la mujer dijo apresurada que era el mío. Las etiquetas de la ropa correspondían a mis apellidos y a su nombre. El conductor cerró la puerta y el autobús retomó la marcha escupiendo sobre nosotros una nube gris. El chiquillo dormía entre mis brazos como siempre, como nunca. No era la primera vez que pasaba.
Esa mañana rumbo al trabajo pasé frente al zoo: más de treinta autobuses amarillos, más de mil chiquillos. Pensé en él, pequeño y silencioso seguramente atemorizado entre la turba infantil uniformada. Pensé en él asombrándose frente a los elefantes, fijando sus enormes ojos grises en cada centímetro del cuello de las jirafas. Pensé en él asustado y atraído por las serpientes, pensé en él intentando comprar un helado con los cinco que le di esta mañana, llorando porque la heladera no lo miraba, llorando porque el chico gordo le quitaba la plata. Ha de hacerse fuerte pensé, no siempre tendrá a su madre.
El ritmo de mis pasos rumbo a casa terminó por despertarlo, pronuncié su nombre.
Se llamaba Diego igual que siempre.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Y el de la muda? ya no lo encontraste?
Anónimo ha dicho que…
Imposible la exposición del palacio, no perdás el tiempo y mejor andá a la cate, aunque creo que la están reparando, no sé si el museo está abierto... paso mañana y te aviso.
Denise Phé-Funchal ha dicho que…
No lo he encontrado, y casi no me acuerdo de la historia... gracias por el aviso y la de Recinos?
Anónimo ha dicho que…
Ni idea niña, está en correos? dejame pasar viendo y te aviso, tengo una hora más en el almuerzo.

Entradas populares de este blog

De la novia de Arjona y el complejo de Edipo en Guatemala

La ciudad caos (Discurso pronunciado en la inauguración de la XLVI Feria Municipal del libro)

Corín Tellado