Del porno y cuatro historias de horror…



En países como este, donde hablar de educación sexual integral es aún un tema que levanta indignaciones y provoca persignaciones, el debate sobre el impacto del porno en la vida de las personas es una cuestión aún mucho más lejana.  Aunque las estadísticas de los sitios porno y algunos estudios serios –y otros no tan serios- señalan que las mujeres también vemos porno y que actualmente vemos más porno que en otras décadas; para muchos hombres este se convierte en un referente-a veces el principal- del sexo (qué es, cómo se hace, cómo se percibe el placer en las mujeres, qué tamaño ideal debe tener un pene, etc.) y en muchas ocasiones en su único instrumento de “educación sexual”, sin tomar en cuenta que eso que se ve en las pantallas es un producto –muchas veces- editado y en el que –muchas veces- participa todo un equipo de grabación. Así, el porno no es una representación fiel del sexo, de lo que ocurre entre dos personas que deciden entregarse a esas actividades lúdicas. Sin embargo, a veces la afición por el porno y el tomarlo como una verdad, como un referente hace que las historias de pareja se conviertan en historias de horror. Acá (y sin reflexión final) cuatro recopiladas de las últimas charlas con mujeres que he tenido en las últimas semanas. Hago la aclaración de que los sujetos en cuestión –según sus exparejas- miraban porno unas cinco veces por semana… mínimo:

Así no se ve: Era la primera vez que lo hacían. Ella estaba probablemente en uno de esos momentos sublimes del sexo, en uno de esos episodios donde el alma está a punto de desprenderse del cuerpo y lo demostraba muy a su manera, sin gritos y sin esa expresión de “tómame hasta saciarte y no me dejes” que tienen las actrices porno. Su expresión del placer no había sido problema con parejas anteriores pero con este, lo fue. En medio del momento, cuando ella esperaba esa anhelada transición hacia el orgasmo, siente que él se desanima y de pronto, sin decir nada, para y se separa de ella. Ella abre los párpados y lo mira desconcertada, él dice “dime qué estoy haciendo mal porque no estás gozando”, ella se ríe, le dice que para nada, que la está pasando súper bien  e intenta volver a la acción pero él no responde. Se sienta en el borde de la cama, frustrado y ella le pregunta que por qué cree eso. ¿Su respuesta? “Porque así no se ve, no gritas, no me miras a la cara, no hablas sucio, ni me dices que siga, no me animas”. En vano intentó explicarle que no, que a ella en eso de los orgasmos no le daba por ponerse en actitud de diva porno y le juró que la estaba pasando muy bien, pero nada, la pasión del día se había apagado y lo dejaron para después. Y hubo otros despueses, otros en los que ella se esforzó para que él sintiera que sí la pasaba bien bajo los parámetros que él tenía –y exigía- del porno. Lo malo es que ella no la pasaba bien, demasiado estrés para estar pensando en que si la cara, que si el grito, que si el gemido, que si el “papi” de las licas porno con latinas (el hombre era gringo). Lo dejó sin haber llegado de nuevo a experimentar ese casi desprendimiento del cuerpo, de la primera vez con él.

El especialista: Fue una relación que se dio con el tiempo, habían sido amigos por algunos años, compañeros de cole y ella conocía su reputación como “experto en porno”. Conocía de directores, productores, actores y actrices porno, géneros y un sinfín de datos sobre esa industria. Comenzaron a salir, las cosas se fueron dando para que pararan encamados y vaya, ella pensó que la experiencia sería espectacular. No era una gran fan del porno, miraba por momentitos las pelis que pasan en la tele después de las once de la noche pero en realidad nunca se había puesto a verlo en “serio”. Para él fue una “cruzada”, ponía el porno, se calentaba, ella le seguía el juego y se entibiaba, tenían relaciones sexuales y él comenzaba con el hacéle como la no sé quién, mirame así, decime tal o cual cosa y llegó al extremo de querer que ella aprendiera los parlamentos de fragmentos de licas. La sensación de… de “base”… no era mala, podía prometer y ella se dejó llevar pero con el tiempo, que no fue mucho, se dio cuenta de que el estar pendiente a las palabras exactas, a la mirada, a la pose, a las instrucciones la estresaban y cada vez la sensación de base era más vacía. Terminó con él después de un par de meses, diciéndole que no, que siguieran como amigos. Lo ha visto cambiar de parejas muuuuuuuuchas veces en los últimos años. Cree que sabe por qué.

El normal: El hombre en cuestión estaba dotado dentro de los parámetros normales, ella disfrutaba de los encuentros sexuales y los provocaba. En verdad la pasaba bien y se lo decía, pero el problema era que él no estaba conforme con su tamaño. Siempre le preguntaba si había fingido y la miraba con desconfianza cuando ella le aseguraba que no, entonces –una y otra vez- él hablaba del tamaño de su pene, de que no era grande y decía –una y otra vez- que era imposible que una mujer llegara a un orgasmo con alguien que tenía el pene así. Y ese “así”, afirma ella, era un “así, normal… de tamaño… standard” pero el novio nada, que no, que agradecía que ella le mintiera por piedad pero que estaba seguro que no gozaba. La cosa se fue enfriando conforme a ella se le fueron acabando las palabras, las acciones, las expresiones para que él entendiera que sí, que sí lo disfrutaba y claro, todo ese esfuerzo también la desgastó, hasta que perdió el filtro con él. Después de unos meses y luego de otro encuentro que estaba justo en el momento de las dudas del hombre, ella le dijo justo eso, que su pene era normal, standard y entonces, ahhhhhh la bomba, qué con cuántos has estado para hacer la comparación, que en quién pensás, que quién la tenía más grande y la retahíla de inseguridades que llevaron a que finalmente, ella lo mandara al cuerno. Sexualmente aún lo extraña a él y a su pene normal.


El jugador negro de futbol: En una conversación casual una mujer le dice a su novio que no se refiera a los negros como “negritos” que a muchos no les gusta. El hombre le replica diciéndole que eso de “negros” le parece grosero, tosco y ella, sin pensar en las consecuencias –porque no debería haber pasado de ahí- le cuenta que tuvo un novio negro que era jugador de fut y que él le había comentado en alguna ocasión que eso de “negritos” era despectivo y le siguió hablando sobre lo políticamente correcto y las susceptibilidades. El novio, como podrán imaginar, se quedó en la parte de “tuve un novio negro que jugaba futbol” y cuando la fue a dejar a casa, ella lo sintió raro pero no preguntó porque él se mostraba medianamente cariñoso. Esa misma noche, el novio la llama y le dice que no puede continuar con la relación, que seguramente él es poca cosa para ella y no la volvió a ver. De acuerdo con ella, el negro –aunque espectacularmente dotado- no había sido mejor amante que el ex pero nunca pudo decirle que él tenía mejor técnica que el jugador de fut porque él se negó a verla de nuevo.

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