Después de llorar
- Se ve linda después de llorar.
- Las mujeres se ven lindas cuando lloran. Las imágenes más lindas que guardo de mi madre es el llanto a la muerte del viejo. Se veía tan preciosa con los ojos hinchados y los labios descamados, temblorosos, húmedos. ¿Prefieren salsa blanca o de tomate para la pasta?
- Sí, -murmuró Samuel con la mirada perdida en la ventana polvorienta- me encanta la expresión de tu madre. ¿Querés que te ayude? ¿Te corto las cebollas? –agregó recobrando la habitual ansiedad-.
- Hummm lo que querés es que te veamos llorar y te digamos lo lindo que te mirás, pero no mano, no sos mujer –intervino Mateo ideando una sonrisa sin despegar la vista del cigarrillo que se consumía entre sus dedos-. Los hombres llorando se ven desagradables. No te quedarían bien las lágrimas entre los bigotes. Aquél se las puede muy bien sólo y además vos cortás las cebollas muy grandes, así no me gustan, no quedan bien cocidas.
- Ya no puede uno ser amable.
- Aquél tiene razón vos cortás la cebolla como si fuera para comida china. Mejor poné las cajas de yeso junto a las gradas. Mi hermana también se veía mejor cuando lloraba por la regla. Llanto y llanto por tres días, rostro brillante, ojos de vidrio reventado por fuego, labios abultados. Eran los únicos días en los que se podía decir que era una obra de arte con su nariz encorvada goteando lágrimas espesas y nubladas. El resto del tiempo- dijo David perdiéndose en el sonido del agua que comenzaba a bullir - era realmente fea la pobrecita, sus otros llantos eran vacíos.
- Al menos ahora su falta de belleza no es tema –siguió Samuel mientras se acomodaba- pero ésta, ésta se ve linda llorando, como todas, pero después de llorar, dios mío es hermosa, realmente hermosa. La primera vez que la vi – dijo robando sonriente un cigarrillo de Mateo- más bien, la primera vez que la oí, lloraba en el cuarto de la fotocopiadora. El sonido constante de la máquina escondía el sollozo. Asomé la vista por la puerta y memoricé sus zapatos para reconocerla después.
- Ah, ¿es la de las moñas con centro verde o la de tacones gruesos de tapita desgastada? –balbuceó Mateo que contaba los pares de bolitas de cristal de colores- Por cierto ya encontré una casa más grande.
- Es las dos, ¿no has escuchado nada de lo que aquél ha contado en los últimos días? ¿Dónde está la casa que viste?
- Lo que pasa es que habla de ella como si se tratara de dos mujeres: la de las moñas con centro verde y la de los zapatos de tacón grueso con la tapita desgastada. Por la vuelta de la Lechuza.
- A veces pareciera que son dos- retomó Samuel luchando con las cerillas- más bien son dos. La de los centros verdes que llora, y la de las tapitas desgatadas en zapatos de tacón grueso que es francamente una desgraciada con todas las que dan vueltas alrededor del ingeniero Fernández. Ah, malditos fósforos. ¿Encendedor? Me parece buen sector para la casa.
- ¿Y el ingeniero Fernández le hace caso? Allí en la bolsa de mi bata ¿De qué hacés la salsa? Esta quemada de la cera no se cura, ya tenemos que modernizarnos señores. Silicón es la solución –dijo triunfante- .
- Otra vez. ¿Y eso cuándo ha importado? Con lo distraído que sos, peor te iría con el silicón.
- La cosa es que es la misma –dijo ansioso tras la primera bocanada- yo solamente la había visto llorar. Siempre mientras saca fotocopias. No me quedó otra que enfocar la cámara de seguridad hacia el rostro de cualquiera que entre allí. Hay qué ver que hay cada gente fea que podríamos hacer una cámara de horrores. Ella no baja la cara para llorar. Llora con la vista fija en la pared, limpia sus lágrimas con un pañuelo que aprieta durante todo el llanto en la mano derecha y sale como si nada. Con la amargura de siempre estampada en el rostro. ¿Y el sótano es amplio? ¿Cabrá todo?
- ¿Tenés otro cigarro? –dijo David acomodándose frente a Samuel- A la salsa le faltan unos minutos y el agua de la pasta está casi en el punto. También mi prima, una belleza en llanto, lástima que se haya perdido. Ah, de tomate, la crema no estaba buena. Era tan bella. ¿Te acordás?
- Si, pero tu primita no es nada en comparación a lo hermosa que es ésta. En realidad ninguna de las que he visto hasta el momento lo puede compararse con ella. El video dura tantito más de una hora. Selección de llantos de más de dos meses. Impresionante. ¿Es amplio el sótano?
- ¿Y vos ya lo viste? Como sos el privilegiado. Sí, sí cabe todo, ya lo vi, el sótano está bajo toda la casa, media cuadra de largo y poco más de un cuarto de ancho.
- ¿Y eso? ¿Son celos o reproches? Y no, cómo voy a haberlo visto, si aquél apenas lo acaba de editar. Tendríamos el doble de espacio casi. Hay que verla. ¿Para cuándo quedaste con el vendedor?
- Tuve que enfermar a Rubén para quedarme sólo y poder sacar los videos para grabar sus llantos –dijo Samuel luego de un corto silencio-. Uno de los trabajos más difíciles que he hecho.
- Voy a poner la pasta –balbuceó mientras apagaba el cigarrillo -. Yo estoy seco. Nada en los últimos meses, creo que cambiaré a las empleadas, a todas y bueno tal vez a todos. Los hombres, que son los que lloran en la empresa, son patéticos. Tenés razón, no existe rasgo de hermosura en sus lágrimas. Grotesco.
- Quedé en ir a verla el sábado. Habrá que cuidarla para que no se te pase como siempre –recalcó Mateo paternalista- y te acordás de poner el pan con ajo en el horno.
- Tranquilos. Ustedes no cambian por Dios –exclamó Samuel maternalista, antes de reír y retomar-. Tuve que ponerme a seguirla. Imposible conseguir los datos de cualquiera en la oficina, ya sabés que Rubén no se despega de los monitores y el que se encarga de los datos del personal es tremendo animalón, que si me le insinuaba, hubiera sido igualmente doloroso si aceptaba o si se enojaba. Además, ¿con qué motivo? Todo el mundo conoce mi condición. Muy arriesgado, mejor la seguí.
- ¿Quieren una cerveza o abrimos una de vino? Es un momento para celebrar.
- Hummm yo quiero vino. ¡Vino! ¡Vino! ¡Vino!
- Bah, me da lo mismo, ustedes decidan. La seguí. Vive allá por donde vivía la de las boinas de pintor, dos cuadras más adelante, yendo hacia la piscina del barrio. ¿Se acuerdan?
- Sí, por el camino de la Iglesia mormona. Entonces vino. Tinto, porque se nos acabó el blanco. Recuerden comprar más. La de las boinas –dijo luchando con el sacacorchos frente al lavaplatos- siempre tan linda, le sientan tan bien las lágrimas.
- Entonces me di cuenta de que llora también en el metro -siguió mientras alcanzaba las copas-. Que para por momentos en el parque donde vimos por primera vez a la de las boinas, y que llora con la vista fija en los columpios. Ah, cómo me gustaría saber qué dice entre llantos.
- A mí la verdad me daría pereza escuchar por qué lloran. Maldito corcho. No niego que también me han dado ganas de saberlo, pero no creo que eso cambie las cosas. Lo importante es que lloren.
- En lugar de estar hablando, mirá la pasta, no vaya a ser que casi esté. Ya estoy cansado de la pasta recocida -bromeó Mateo asomándose a la cocina-.
- Hacela vos entonces.
- Si eso quería pero vos saliste con que te sentías inspirado, entonces por lo menos hacela bien. Mirá que ya habíamos quedado que las pastas las hago yo, las carnes y ensaladas aquél y vos sólo arroz, frijoles y huevos, que sólo para eso tenés sazón.
- Ya. Basta. Les termino de contar antes de comer y ver el video –exclamó Samuel con un dejo de exasperación-. Comencé a filmarla a escondidas en el parque. En el metro era imposible. Luego la seguí hasta la casa que les digo. Ésta, la azul de verja blanca, y la vi llorar a través de la ventana. Llora todo el tiempo los días que llora. Los días que usa los zapatos de moños de centro verde. Si la casa es más grande habrá que comprar una aspiradora, o contratar a alguien que limpie, eso sería bueno. Ya estoy cansado de tanto polvo.
- Hummmm, no creo que nos convenga. Quizá le duelen los pies y por eso llora –bromeó-. El precio de la vanidad. ¿Ya pusiste el pan con ajo? Y no somatés las ollas, parecés vieja, ja, ja.
- Pues el viernes no dejaba de llorar. Estaba sacando fotocopias como para cien personas. Paquetes de más o menos veinticinco fotocopias de lado y lado. Y yo, viendo el espectáculo en vivo.
- Esto ya está. ¿Comemos acá o en el comedor? Y si, ahora si se puede contratar a alguien, si la entrada al sótano está fuera de la casa, como me contaste, la tapamos. El servicio no se daría cuenta de que está allí. Además la casa está perimetrada. No hay problema con los vecinos para las exposiciones privadas.
- Como sea, vos decidí dónde servir, total sólo le damos la vuelta a la tele. La casa habrá que verla y si es como decís pues contratamos a una muchacha para la limpieza y el jardín lo hacemos nosotros. Luego de una hora –retomó hilando pensamientos- paró de llorar. Es lo último que está en el video, y siguió con la vista fija en el punto de siempre, limpió las lágrimas con el pañuelo que apretaba en la mano derecha, y sonrió. Sonrió una sonrisa dolorosa llena de luz, llena de amaneceres. Los ojos levemente hinchados, suavemente rojos, las pestañas húmedas, alborotadas en grupo, los labios fríos, casi necróticos. No sé como explicarlo, ya lo verán. Impresionante. A ver dame acá la canasta de pan –dijo levantándose- y vos jalate la sal, la pimienta y el aceite de oliva. Voy a preparar el video. ¿Tenés por allí el control?
- Buscá detrás de los cojines. A ver cómo le salió la pasta a este. Al menos huele rico.
- Ayudame con los platos y la botella en lugar de quejarte. Por fin algo, ya hacía falta, yo estoy igual que aquél. Nada en el hospital, nada de llantos que valgan la pena, pero no puedo cambiar todo el personal, quizá comenzaremos a admitir pacientes no ambulatorios. Las mujeres solo lloran de felicidad después de las plásticas. Pero eso ya quedamos que no nos interesa. - Bueno, a ver cómo te quedó la pasta.
- Ya verán. En la primera parte son llantos, pero la segunda es la que me interesa que vean. Que vean esa belleza, esto es lo que quiero captar y que me digan si creen que podemos y cómo podemos conservarla así. Quizá podríamos congelarla, o moldearla en los minutos antes, o después de pararle el corazón. Quizá sólo inmovilizarla. Vos dirás Teo, el médico sos vos. Lo que si es que se verá linda junto a su vecina de barrio. El público comienza a cansarse, podemos comenzar una nueva colección, la llamaremos “después de llorar”. Eso sí –dijo antes de correr el video- con ella, el método tradicional, ya probaremos el silicón después. No quiero perderla.
- Las mujeres se ven lindas cuando lloran. Las imágenes más lindas que guardo de mi madre es el llanto a la muerte del viejo. Se veía tan preciosa con los ojos hinchados y los labios descamados, temblorosos, húmedos. ¿Prefieren salsa blanca o de tomate para la pasta?
- Sí, -murmuró Samuel con la mirada perdida en la ventana polvorienta- me encanta la expresión de tu madre. ¿Querés que te ayude? ¿Te corto las cebollas? –agregó recobrando la habitual ansiedad-.
- Hummm lo que querés es que te veamos llorar y te digamos lo lindo que te mirás, pero no mano, no sos mujer –intervino Mateo ideando una sonrisa sin despegar la vista del cigarrillo que se consumía entre sus dedos-. Los hombres llorando se ven desagradables. No te quedarían bien las lágrimas entre los bigotes. Aquél se las puede muy bien sólo y además vos cortás las cebollas muy grandes, así no me gustan, no quedan bien cocidas.
- Ya no puede uno ser amable.
- Aquél tiene razón vos cortás la cebolla como si fuera para comida china. Mejor poné las cajas de yeso junto a las gradas. Mi hermana también se veía mejor cuando lloraba por la regla. Llanto y llanto por tres días, rostro brillante, ojos de vidrio reventado por fuego, labios abultados. Eran los únicos días en los que se podía decir que era una obra de arte con su nariz encorvada goteando lágrimas espesas y nubladas. El resto del tiempo- dijo David perdiéndose en el sonido del agua que comenzaba a bullir - era realmente fea la pobrecita, sus otros llantos eran vacíos.
- Al menos ahora su falta de belleza no es tema –siguió Samuel mientras se acomodaba- pero ésta, ésta se ve linda llorando, como todas, pero después de llorar, dios mío es hermosa, realmente hermosa. La primera vez que la vi – dijo robando sonriente un cigarrillo de Mateo- más bien, la primera vez que la oí, lloraba en el cuarto de la fotocopiadora. El sonido constante de la máquina escondía el sollozo. Asomé la vista por la puerta y memoricé sus zapatos para reconocerla después.
- Ah, ¿es la de las moñas con centro verde o la de tacones gruesos de tapita desgastada? –balbuceó Mateo que contaba los pares de bolitas de cristal de colores- Por cierto ya encontré una casa más grande.
- Es las dos, ¿no has escuchado nada de lo que aquél ha contado en los últimos días? ¿Dónde está la casa que viste?
- Lo que pasa es que habla de ella como si se tratara de dos mujeres: la de las moñas con centro verde y la de los zapatos de tacón grueso con la tapita desgastada. Por la vuelta de la Lechuza.
- A veces pareciera que son dos- retomó Samuel luchando con las cerillas- más bien son dos. La de los centros verdes que llora, y la de las tapitas desgatadas en zapatos de tacón grueso que es francamente una desgraciada con todas las que dan vueltas alrededor del ingeniero Fernández. Ah, malditos fósforos. ¿Encendedor? Me parece buen sector para la casa.
- ¿Y el ingeniero Fernández le hace caso? Allí en la bolsa de mi bata ¿De qué hacés la salsa? Esta quemada de la cera no se cura, ya tenemos que modernizarnos señores. Silicón es la solución –dijo triunfante- .
- Otra vez. ¿Y eso cuándo ha importado? Con lo distraído que sos, peor te iría con el silicón.
- La cosa es que es la misma –dijo ansioso tras la primera bocanada- yo solamente la había visto llorar. Siempre mientras saca fotocopias. No me quedó otra que enfocar la cámara de seguridad hacia el rostro de cualquiera que entre allí. Hay qué ver que hay cada gente fea que podríamos hacer una cámara de horrores. Ella no baja la cara para llorar. Llora con la vista fija en la pared, limpia sus lágrimas con un pañuelo que aprieta durante todo el llanto en la mano derecha y sale como si nada. Con la amargura de siempre estampada en el rostro. ¿Y el sótano es amplio? ¿Cabrá todo?
- ¿Tenés otro cigarro? –dijo David acomodándose frente a Samuel- A la salsa le faltan unos minutos y el agua de la pasta está casi en el punto. También mi prima, una belleza en llanto, lástima que se haya perdido. Ah, de tomate, la crema no estaba buena. Era tan bella. ¿Te acordás?
- Si, pero tu primita no es nada en comparación a lo hermosa que es ésta. En realidad ninguna de las que he visto hasta el momento lo puede compararse con ella. El video dura tantito más de una hora. Selección de llantos de más de dos meses. Impresionante. ¿Es amplio el sótano?
- ¿Y vos ya lo viste? Como sos el privilegiado. Sí, sí cabe todo, ya lo vi, el sótano está bajo toda la casa, media cuadra de largo y poco más de un cuarto de ancho.
- ¿Y eso? ¿Son celos o reproches? Y no, cómo voy a haberlo visto, si aquél apenas lo acaba de editar. Tendríamos el doble de espacio casi. Hay que verla. ¿Para cuándo quedaste con el vendedor?
- Tuve que enfermar a Rubén para quedarme sólo y poder sacar los videos para grabar sus llantos –dijo Samuel luego de un corto silencio-. Uno de los trabajos más difíciles que he hecho.
- Voy a poner la pasta –balbuceó mientras apagaba el cigarrillo -. Yo estoy seco. Nada en los últimos meses, creo que cambiaré a las empleadas, a todas y bueno tal vez a todos. Los hombres, que son los que lloran en la empresa, son patéticos. Tenés razón, no existe rasgo de hermosura en sus lágrimas. Grotesco.
- Quedé en ir a verla el sábado. Habrá que cuidarla para que no se te pase como siempre –recalcó Mateo paternalista- y te acordás de poner el pan con ajo en el horno.
- Tranquilos. Ustedes no cambian por Dios –exclamó Samuel maternalista, antes de reír y retomar-. Tuve que ponerme a seguirla. Imposible conseguir los datos de cualquiera en la oficina, ya sabés que Rubén no se despega de los monitores y el que se encarga de los datos del personal es tremendo animalón, que si me le insinuaba, hubiera sido igualmente doloroso si aceptaba o si se enojaba. Además, ¿con qué motivo? Todo el mundo conoce mi condición. Muy arriesgado, mejor la seguí.
- ¿Quieren una cerveza o abrimos una de vino? Es un momento para celebrar.
- Hummm yo quiero vino. ¡Vino! ¡Vino! ¡Vino!
- Bah, me da lo mismo, ustedes decidan. La seguí. Vive allá por donde vivía la de las boinas de pintor, dos cuadras más adelante, yendo hacia la piscina del barrio. ¿Se acuerdan?
- Sí, por el camino de la Iglesia mormona. Entonces vino. Tinto, porque se nos acabó el blanco. Recuerden comprar más. La de las boinas –dijo luchando con el sacacorchos frente al lavaplatos- siempre tan linda, le sientan tan bien las lágrimas.
- Entonces me di cuenta de que llora también en el metro -siguió mientras alcanzaba las copas-. Que para por momentos en el parque donde vimos por primera vez a la de las boinas, y que llora con la vista fija en los columpios. Ah, cómo me gustaría saber qué dice entre llantos.
- A mí la verdad me daría pereza escuchar por qué lloran. Maldito corcho. No niego que también me han dado ganas de saberlo, pero no creo que eso cambie las cosas. Lo importante es que lloren.
- En lugar de estar hablando, mirá la pasta, no vaya a ser que casi esté. Ya estoy cansado de la pasta recocida -bromeó Mateo asomándose a la cocina-.
- Hacela vos entonces.
- Si eso quería pero vos saliste con que te sentías inspirado, entonces por lo menos hacela bien. Mirá que ya habíamos quedado que las pastas las hago yo, las carnes y ensaladas aquél y vos sólo arroz, frijoles y huevos, que sólo para eso tenés sazón.
- Ya. Basta. Les termino de contar antes de comer y ver el video –exclamó Samuel con un dejo de exasperación-. Comencé a filmarla a escondidas en el parque. En el metro era imposible. Luego la seguí hasta la casa que les digo. Ésta, la azul de verja blanca, y la vi llorar a través de la ventana. Llora todo el tiempo los días que llora. Los días que usa los zapatos de moños de centro verde. Si la casa es más grande habrá que comprar una aspiradora, o contratar a alguien que limpie, eso sería bueno. Ya estoy cansado de tanto polvo.
- Hummmm, no creo que nos convenga. Quizá le duelen los pies y por eso llora –bromeó-. El precio de la vanidad. ¿Ya pusiste el pan con ajo? Y no somatés las ollas, parecés vieja, ja, ja.
- Pues el viernes no dejaba de llorar. Estaba sacando fotocopias como para cien personas. Paquetes de más o menos veinticinco fotocopias de lado y lado. Y yo, viendo el espectáculo en vivo.
- Esto ya está. ¿Comemos acá o en el comedor? Y si, ahora si se puede contratar a alguien, si la entrada al sótano está fuera de la casa, como me contaste, la tapamos. El servicio no se daría cuenta de que está allí. Además la casa está perimetrada. No hay problema con los vecinos para las exposiciones privadas.
- Como sea, vos decidí dónde servir, total sólo le damos la vuelta a la tele. La casa habrá que verla y si es como decís pues contratamos a una muchacha para la limpieza y el jardín lo hacemos nosotros. Luego de una hora –retomó hilando pensamientos- paró de llorar. Es lo último que está en el video, y siguió con la vista fija en el punto de siempre, limpió las lágrimas con el pañuelo que apretaba en la mano derecha, y sonrió. Sonrió una sonrisa dolorosa llena de luz, llena de amaneceres. Los ojos levemente hinchados, suavemente rojos, las pestañas húmedas, alborotadas en grupo, los labios fríos, casi necróticos. No sé como explicarlo, ya lo verán. Impresionante. A ver dame acá la canasta de pan –dijo levantándose- y vos jalate la sal, la pimienta y el aceite de oliva. Voy a preparar el video. ¿Tenés por allí el control?
- Buscá detrás de los cojines. A ver cómo le salió la pasta a este. Al menos huele rico.
- Ayudame con los platos y la botella en lugar de quejarte. Por fin algo, ya hacía falta, yo estoy igual que aquél. Nada en el hospital, nada de llantos que valgan la pena, pero no puedo cambiar todo el personal, quizá comenzaremos a admitir pacientes no ambulatorios. Las mujeres solo lloran de felicidad después de las plásticas. Pero eso ya quedamos que no nos interesa. - Bueno, a ver cómo te quedó la pasta.
- Ya verán. En la primera parte son llantos, pero la segunda es la que me interesa que vean. Que vean esa belleza, esto es lo que quiero captar y que me digan si creen que podemos y cómo podemos conservarla así. Quizá podríamos congelarla, o moldearla en los minutos antes, o después de pararle el corazón. Quizá sólo inmovilizarla. Vos dirás Teo, el médico sos vos. Lo que si es que se verá linda junto a su vecina de barrio. El público comienza a cansarse, podemos comenzar una nueva colección, la llamaremos “después de llorar”. Eso sí –dijo antes de correr el video- con ella, el método tradicional, ya probaremos el silicón después. No quiero perderla.
Comentarios
Buen texto. Me gusta.
saludos