Luz
En un inicio papá dejaba que la luz se colara por las rendijas de la puerta. Cerraba con llave y se alejaba alegre, a grandes pasos, golpeando sus muslos al ritmo del silbido agudo. El lugar era estrecho y húmedo, sin más entrada de luz que las hendiduras que papá tapó con el fango perpetuo del patio. El espacio estaba invadido por cajones de madera con candados herrumbrosos, herramientas de mangos podridos y puntas rojizas, y algunos bichos asustadizos que de vez en cuando se aventuraban a rozarme los zapatos, algunos las piernas. Lloraba y golpeaba la puerta, papá volvía, silbaba hasta que mis oídos dolían. Dejaba de llorar, me pegaba a las rendijas para atrapar la luz, ver las botas lodosas alejarse y escuchar el sonido de la puerta de la cocina, que se cerraba con llave tras él. Las lágrimas continuaban rodando silenciosas y la lluvia constante se filtraba por el techo y caía fría empapando, delicada, el encaje amarillento de mis calcetas. Escuchaba el paso de los bichos entre los ...