Beneficiarse del reino

El reino de los cielos dicen las iglesias, que han llegado al colmo de vender terrenos en el paraíso para los hermanitos, para estar cerca del señor, me decía la mujer que me explicaba que estaba pagando a plazos el terreno. Para seguirle la corriente le pregunté si era urbanizado y qué tan cerca de dios estaría. Sin inmutarse, Rosa, la mujer, me dijo que no, que lo de la urbanización sería después, que por el momento ella y su hija pagaban el terreno y que no importaba dónde fuera porque en el más allá, dios estaría como en el más acá, en todas partes.

Esta mañana, de horas manejando, de clima londinense tropical, de pésima radio, de noticias desastrosas, paré en una estación para escuchar a un señor decir que la lluvia, los deslaves, los soterramientos, eran consecuencia de la mala conducta de las personas, que seguramente dios estaba muy enojado. Creí que el locutor le diría algo, que hablaría del cambio climático pues se supone que somos el país más vulnerable de toda la región. Contrario a esto, el locutor dijo que sólo en dios se podía confiar y que sólo él sabía por qué pasaban las cosas que pasan.

Esto me llevó a pensar en un documental que vi hace ya un tiempo, llamado Jesus camp


que puede usted ver en Youtube, si tiene paciencia y una buena conexión a internet. En este documental, una madre explica que educa en casa a sus hijos y que parte de esa enseñanza es que los seres humanos debemos tomar todo lo que está en la tierra (ahhhh la idea del paraíso), que dios ha puesto todo al servicio del hombre y que por lo tanto, todo lo que sucede por el cambio climático son señales de que el fin se acerca. Desde esta lógica, hay que seguir consumiendo, hay que seguir comiendo las garnachas en platico de durport, comprar una tras otra botella de agua, comer churritos y todo lo que venga empacado. Es la vida moderna, la vida postmoderna.

Según los grandes entendidos en la historia de la religión, a pesar de que las iglesias evangélicas eran ya parte de la realidad guatemalteca desde finales del XIX, es con el terremoto del 76 que se da el boom. Misioneros aprovecharon el desastre, la pobreza, el hambre, la falta de respuestas del Estado, para meter la idea -con la que ya jugaba la católica, pero que no ha logrado explotar como la evangélica- de que dios es la solución a todos los males. Pero no dios "en solo" sino acompañado de sus nuevos profetas, a los que les habla al oído y les susurra que el cielo está en venta. Profetas, hermanos a los que les pide que funden iglesias y células que se reproducirán cual pirámide de ventas, para atraer a más y más hermanos y hermanas a la salvación, porque hay que recordar que ellos, esos seres humanos que abusan, que mienten, que infunden intolerancia, son los mensajeros de dios.

Y bueno, el dios que promueven estas iglesias en su mayoría, es el dios furioso, el dios de venganza del viejo testamento, el que castiga con plagas y sangre, el que pide sacrificios en su nombre, el que se contradice, este que ahora nos manda desastres que nadie puede parar, desastres para los cuales, este país de ladrones, de pobres políticos de almas muertas no está preparado.

Vender fe en estas circunstancias, vender la ilusión de un paraíso, de una mejora en la muerte, ha de resultar un negocio fácil, un negocio de grandes entradas de dinero. No quiero ni pensar en este país en diez años, en veinte, en cincuenta, sumidos en el medioevo, comprando bulas, con requisito de presentar certificaciones de pastores para tener un empleo.

El mundo da vueltas y una vez más, como diría Pirandello, me quiero bajar...

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