Vacaciones


Conozco desde niña su amenazante ritmo, el sonido marcial de sus pies, el eventual roce de sus armas contra la tierra. El aire escarcha mis pulmones. El pesado compás de su marcha se acentúa. Están cerca. Sólo puedo desaparecer entre la hamaca. Casi no me atrevo a pensar en Julio dormitando en la grama. La tía Carmela dice que leen los pensamientos y que son especialistas en detección de sueños. Justo esta mañana le he dicho que este no es lugar para usar los audífonos a reventar y dormir. Ahora es demasiado tarde. La legión lo rodea. Mi cuerpo recuerda la tortura. Finos hilos de sudor recorren fríos mi espalda, cuello, frente. Escucho los solitarios pasos que toman su lugar en lo alto de una roca. Habla de la invasión, de la necesidad de no permitir que los enemigos mancillen la tierra, de que una lección debe ser dada a todos a través del ejemplo. Marchan cerrando el círculo alrededor de Julio que sueña sin notar nada. A milímetros de él, paran. Esperan la orden. Cierro los párpados, no puedo ver. No quiero ver. Imagino las armas acercándose, prestas para el ataque. El viento mima los vellos de Julio. Las sensilas vengadoras acarician la piel que sonríe en sueños. Antes de que acabe la orden de ataque escucho el grito de Julio que salta sobre mi hamaca y cae directo a la laguna. Me rodean los hurras de las que quedan en tierra, el lamento de Julio que intenta abrir una a una las mandíbulas de las heroínas mártires que se aferran a su piel mientras llega la muerte y el te dije que no durmieras en la grama de la tía Carmela que aparece por la puerta de la cocina.

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