Yo... la pura


Luego de semanas de querer ver la obra de teatro Yo... la pura, pude asistir ayer a la Cúpula, ahora teatro SferaCultural.
La obra presenta la historia de Cuaresma, Gloria y Pura, tres mujeres inmigrantes en Estados Unidos, cuya profesión es la prostitución. A través de una sola escena de aproximadamente una hora, Emanuel Loarca -director y libretista- logra entrar en el alma de las personajes y plantearnos una realidad cruda, llena de las contradicciones: risa, sueños, lucha de poderes, violencia, inocencia y especialmente la amargura que de poco a poco se implanta en la vida, en la forma de verla y en la relación con los otros.


Damaris Quisquinay -Pura- es la chica recién llegada a los Estados. Como en el caso de muchos chavitos y chavitas, la integridad de su cuerpo a manos de un coyote, ha tenido un costo alto para su familia, en este caso su madrina Cuaresma, una mujer de más de 50, interpretado por Evelyn Torres, quien empuja a Pura a prostituirse para pagar su llegada a gringolandia. Ella y Gloria –Cesia Godoy- una prostituta rondando los 30, le explican de la manera más cruda, que el sueño americano consiste en hacer lo que sea por el bienestar de la familia. Y es que el verdadero sueño americano para los inmigrantes, para la mayoría de latinoamericanos que piensan en una mejor vida, consiste en poder dar educación, cositas, medicinas, ayuda a los suyos. En condiciones actuales, cualquier latinoamericano que pone pie en tierras gringas, no tiene más remedio que prostituirse, vender su trabajo y su dignidad a un precio muy bajo, sufrir acosos de la policía, abusos, discriminación, ser tratados como porquería, perder el sueño, de “ser alguien”, como dicen las actrices.


Yo... la pura, cuenta con un juego de voces, un juego de diálogos muy bien logrado. Fina, sería el calificativo que usaría para describir la obra de Loarca, una fineza que ocurre en un ambiente sucio, vulgar. El argumento es como un alfiler entrando despacio, despacio entre el humor vítreo y el iris, un alfilercito que primero nos hace reír ante la amenaza de lo posible, amenaza que desde el inicio sabemos trepanará el alma, dejándonos en un estado de ánimo calamitoso, deliciosamente reflexivo. No en vano Emanuel Loraca ganó hace algunos meses el primer lugar en el Concurso de la Nueva Dramaturgia Nacional.


Por otro lado, el montaje de la obra fue muy bien pensado. Dos esquinas, un farol, basura, como casi cualquier punto de barrios bajos en los que la prostitución ocurre, sea en el Bronx o en los callejones que rodean el Cerrito del Carmen, la colonia Landívar, la 3ra avenida de la zona 1... la basura juega también un papel importante en la obra, una caja de cartón adornada en una esquina con una silueta femenina, contiene los sueños; una caja de plástico cerca del farol, nos habla de la edad, del cansancio, de la cercanía de la muerte. Paredes manchadas con leyendas que nos permiten entrar más en el ambiente, un rostro en una de ellas que nos observa constantemente, como un juez que mide las reacciones. La música que nos muestra la variedad de clientes de la prostitución, clientes que al mismo tiempo que buscan ese servicio, desprecian a las servidoras. El vestuario, el uso de los colores, nos habla del alma de las personajes, especialmente el rojo que nos señala la relación de éstas con su sexualidad y con el sexo. Los zapatos son también un hermoso elemento a tomar en cuenta.


Hay una escena que me recordó a los años de la adolescencia and beyond!. Las tres mujeres hablan de su sueño perdido que es el mismo, ser estrellas de Broadway y bailan Hey Big Spender! de Sweet Charity... No pude evitar pensar en tener 17 años y estar en compañía de chavos que tenían cuates más grandes, como de 30, y que estos a su vez tenían cuates viejos, como de 40... varias veces me tocó presenciar la humana escena de tres generaciones cantando y haciendo como que tocaban instrumentos al ritmo de un rockon de Led Zep o Pink Floyd, también tocaba en esas ocasiones escuchar a los cuates decir que eran parte de una banda, a los de a 30 que antes tocaban guitarra y a los más viejos decir que habían sido vocalistas, o que también soñaban con eso de jóvenes. Pude ver a estas mujeres en la soledad de sus pequeños cuartos bailando y cantando otra pieza de Broadway, mientras se arreglan para salir a trabajar, tal como lo hacemos aquellos que nos echamos un concierto de rock en la mañana, pensando en los viejos tiempos.


Finalmente vale la pena mencionar que las tres actrices logran dar vida a sus personajes y más allá de eso, logran interpretar tres etapas de la vida. Damaris Quisquinay, una actriz joven, estudiante de la ENAD, muestra justo la adolescencia marcada por los medios, por los sueños que nos empapan desde la televisión, por esa cursilería propia de los años adolescentes, que en un momento, sin quererlo, sin preverlo, se ve frente a la realidad y debe, para evadirla mentir, actuar, pero finalmente parar asumiéndola. Cesia Godoy, actriz ya conocida en el medio, es el reflejo de la edad en que el desencanto por la vida se ha consolidado, en el que se defienden los espacios ganados y se machucan los sueños de los más jóvenes, mientras se desprecia todo, absolutamente todo lo que signifique futuro, vejez. Evelyn Torres, también reconocida actriz, es el final, el desencanto, el querer meter a todos en la misma realidad que la propia. Al mismo tiempo es la reflexión sobre el pasado, sobre los sueños, el prevenir, sin ser escuchado, de las consecuencias de la amargura. La escena final, que pertenece a Evelyn Torres, es una de las más fuertes. A mí me llevó a las lágrimas. Esta humanidad de las personajes no hubiera sido posible sin una excelente dirección a manos de Emanuel Loarca y Manuel Chitay –asistente de dirección-.


La obra, si bien plantea los procesos del alma de estas tres mujeres y su vida como prostitutas -una profesión denigrada pero con gran demanda- puede aplicarse al alma de cualquiera que en el camino pierda, sin darse cuenta, la capacidad de soñar -por cursi que suene-, perdiendo la capacidad de ver la vida como un experimento constante y aceptándola como un castigo ineludible y predeterminado.


Desgraciadamente Yo… la pura, sólo estará en cartelera dos días más: hoy sábado 15 de agosto a las 8 y mañana domingo a las 5 de la tarde, así que hoy, antes de la cena o antes de ir por unas cervezas con los amigos, pasen por la Cúpula (7ma av. 13-01 zona 9). La entrada: 50 Q general y 25 Q con carnet de estudiante.






Comentarios

sexteando ha dicho que…
ole! que buena reseña... un beso comadrita :)

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